IMAGENES Y SIMBOLOS. 9788430603596

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La gran boga actual del psicoanálisis ha puesto en circulación palabras claves como imagen, símbolo y simbolismo, que son hoy del lenguaje corriente. Por otra parte, las investigaciones sistemáticas realizadas sobre el mecanismo de la «mentalidad primitiva» han revelado la importancia que tiene el simbolismo para el pensamiento arcaico, así como el papel fundamental que desempeña en cualquier sociedad tradicional. La superación en la filosofía del «cientificismo», el renacimiento después de la primera guerra mundial del interés religio so, las múl tip les exp erien cias poéticas y, sobre todo las búsquedas del surrealismo (con el redescubrimiento del ocultismo, de la literatura negra, del absurdo, etc.) han atraído la atención del gran público--en planos diferentes y con resultados dispares-sobre el símbolo considerado en tanto que modo autónomo de conocimiento. Semejante situación forma parte de la reacción contra el racionalismo, el positivismo y el cientificismo del siglo XIX, y basta por sí misma para caracterizar el segundo cuarto del siglo XX. Pero esta entrega a los diversos simbolismos no es, en realidad, un «descubrimiento» inédito, mérito del mundo moderno. El mundo moderno, al restaurar el símbolo en su carácter de instrumento de conocimiento, no ha hecho sino volver a una orientación que fue general en Europa hasta el siglo XVIII y que es, además, connatural a las demás culturas extraeuropeas, ya sean «históricas» (por ejemplo, las de Asia o de América Central) o «arcaicas y primitivas» . "Nótese que la invasión de Europa Occidental por el simbolismo coincide con el advenimiento de Asia al horizonte de la Historia, advenimiento que, esbozado por la revolución de Sun Yat Sen, se ha afirmado sobre todo en el curso de los últimos años; sincrónicamente, grupos étnicos que hasta el momento no habían participado en la Historia, en la historia con mayúscula, sino de un modo esporádico y por alusiones (así, los oceánicos, los africanos, etc.), se preparan a su vez para enrolarse en las corrientes de la historia contemporánea y se sienten impacientes por participar en ellas. No se trata de que exista una relación causal cualquiera entre el nacimiento del mundo «exótico»," o «arcaico ”, en el h orizo "nte de la historia, y el nuevo interés vigente en Europa, por el conocimiento simbólico. El hecho es que este sincronismo resulta especialmente feliz; nos preguntamos cómo la Europa positivista y materialista del siglo XIX habría podido dialogar espiritualmente con culturas «exóticas» que exigen, todas, sin excepción, vías de pensar que no sean el empirismo o el positivismo. He aquí una razón, al menos, para esperar que Europa no se paralice ante las imágenes y los símbolos, que, en el mundo exótico, ocupan el lugar de nuestros conceptos o son sus vehículos y los prolongan. Sorprende que de toda la espiritualidad europea moderna tan sólo dos mensajes interesen realmente a los mundos extraeuropeos: el cristianismo y el comunismo. Los dos, de modo distinto, es cierto, y en planos netamente opuestos, son soteriologías, doctrinas de salvación, y, por tanto, aprehenden los «símbolos» y los «mitos» dentro de una escala que sólo tiene par en la humanidad extraeuropea." Decíamos que una feliz conjunción temporal ha hecho que la Europa de Occidente redescubra el valor cognoscitivo del símbolo en el momento en que no es ya ella sola la que «hace la historia», cuando la cultura europea, a menos de enclaustrarse en un provincionalismo estéril, tiene obligación de contar con otras vía de conocimiento, con otras escalas de valoración que no son las suyas. A este respecto, todos los descubrimientos y todas las modas sucesivas, por lo que respecta a lo irracional, a lo inconsciente, al simbolismo, a las experiencias poéticas, a las artes exóticas y no figurativas, etc., han servido indirectamente a Occidente, preparándole para una comprensión más viv a, y, por t ant o, más profu nda de los valores extraeuropeos y, en definitiva, al diálogo con los pueblos no europeos. Basta con tener en cuenta la actitud del etnólogo del siglo XIX ante su “objeto” y, sobre todo, los resultados de sus investigaciones para medir el progreso gigante realizado por la etnología en el curso de los últimos treinta años. El etnólogo de hoy ha comprendido la importancia que el simbolismo tiene para el pensamiento arcaico, y a la vez su coherencia intrínseca, su validez, su audacia especulativa, su «nobleza». "Todavía más: Hoy comprendemos algo que en el siglo XIX ni siquiera podía presentirse; que símbolo, mito, imagen, pertenecen a la sustancia de la vida espiritual; que pueden camuflarse, mutilarse, degradarse, pero jamás extirparse. Valdría la pena estudiar la supervivencia de los mitos a lo largo del siglo XIX. Se vería cómo, humildes, aminorados, condenados a cambiar incesantemente de apariencia, han resistido a esta hibernación, gracias, sobre todo, a la literatura ." "Así, el simbolismo del «paraíso terrestre» ha llegado hasta nuestros días adoptando la forma de «Paraíso Oceánico»; desde hace ciento cincuenta años, todos los grandes escritores europeos han celebrado a porfía las islas paradisíacas del Gran Océano, sede de todas las felicidades, cuando la realidad era muy otra: «paisaje liso y monótono, clima insalubre, mujeres feas y obesas, etc.». Asimismo, la imagen de este «paraíso oceánico» estaba ya a prueba de cualquier «realidad» geográfica o de cualquiera otra índole. Nada tenían que ver con el «paraíso oceánico» las realidades objetivas: este paraíso era de orden teológico; había recibido, asimilado y readaptado todas las imágenes" par adisíaca s r echazad as po "r el positivismo y el cientificismo. El Paraíso Terrestre, en el que todavía creía Cristóbal Colón (¿pues no pensó haberlo descubierto?), había llegado a ser en el siglo XIX una isla oceánica, pero su fundación en la economía de la psique humana continuaba siendo la misma: allí, en la «isla», en el «Paraíso», la existencia transcurría fuera del «Tiempo» y de la Historia; el hombre era feliz, libre, sin restricciones; no tenía que trabajar para vivir; las mujeres eran bellas, eternamente jóvenes, ninguna «ley» pesaba sobre sus amores. Hasta la desnudez recobraba en la isla lejana su sentido metafísico: la condición del hombre perfecto, de Adán antes de la caída .La «realidad» geográfica podía desmentir este paisaje paradisíaco, ante los viajeros podían desfilar mujeres feas y obesas: nada se percibía; cada cual no veía más que la imagen que llevaba en sí mismo."